21.2.10

CABEZA DE HORMIGA


2- matar al presidente



Si es necesario matar al presidente.


El sentido del humor es algo extraño y algo perverso en personas como yo, y muy simple y obvio en personas como los presidentes. La cosa es que para ser un presidente solo se debe poseer algunas poquísimas características, muy obvias por lo demás, y el sentido del humor de un ladrillo. Si debemos o no matarlo, eso ya no parece un chiste, pero confío en el bruno sentido del humor de los que leerán esto. Un buen chiste sería que un día interrumpieran mi teleserie mexicana de la tarde, para transmitir en vivo y en directo los últimos sucesos en la moneda: EXTRA; EXTRA, hace algunos instantes un desconocido hizo ingreso en el palacio de gobierno y mató al presidente. ¿O no?


¿Pero como es la cosa? Que tengo que ver yo y mi columna con el presidente. En esta humilde pero grandiosa columna no se quiere por nada del mundo caer en bajezas tales como proponer un estado, u otro. En la medida que voy escribiendo esto, surge la certeza que dentro de mí existe la mayor y más terrible contradicción posible para quien posa sus piececitos de niño sobre suelo alguno. Realmente no me imagino bajo algún estado. Me explico. No sea cosa que después vayan diciendo por ahí que el caos se apoderó de mí. Expiación so pena de indiferencia: señoras y señores, si quieren o no “sentir” el humor, eso ya es cosa suya. No digan que no se los advertí, no deseo, ni los induzco a un estado. Lo de matar o no al presidente es un ejemplo y si quieren seguir leyendo mis cosas es bajo libertad de elección. Como les mencioné la vez pasada, solo pretendo hablar de lo que se va escribiendo, y hablar de presidentes y esas cosas ya me dejó medio mareado, sobre todo con eso de los estados. Ya se me enredó el tema y me está costando desatar el nudo, tal vez en otra ocasión les hable de mi total sentido de contradicción, por ahora solo puedo concentrarme en lo extraño que resulta escribirles, o más ampliado todavía, escribir sobre lo que sería un buen chiste. Como una pista les cuento que todavía no tengo una idea clara clara sobre que debo seguir poniendo en este “papel”. Si se debe o no sentir el humor, aceptaremos acá por lo menos, que seguramente no se puede hacer reír a un profesor con un eructo en su clase. Como cuando aquella ves que tuve que presentarme ante un juez de policía local por estar bebiendo felizmente con unos amigos en una bella plaza de la patria. Esa ves, yo muy amablemente, al entrar a la sala del juez en cuestión, le referí un cordial “hola” por saludo, frente a lo que este opaco personaje se indigno y me hizo repetir el saludo un par de veces hasta llegar al “buenos días señor juez” –imagínense-.

-Yo: hola

-Juez: ¿cómo hola?

-Yo: ¿….?

-Juez: se dice buenos días (con el tono de un buque de guerra)

-Yo: buenos días

-Juez: ¿buenos días que? (cara de escroto)

-Yo: buenos días señor

-Juez: señor juez (vuelve el buque de guerra)

-Yo: ¿……. buenos días señor juez?


Esta es otras de las ventajas de escribir mi evangelio. Si Jesús contaba parábolas a sus discípulos, yo puedo ocupar mis palabras para destruir a quien estime necesario y los mal humorados son siempre un blanco fácil. Los mundos posibles son también producto de quienes los inventan, y para eso hace falta solo la intención de escribirles esto y un poco de paciencia apresurada por los hechos, que vendría siendo la gota que rebalsa el vaso. Los jueces también se ríen como ladrillo, que duda cabe, si los presidentes y los jueces son la muerte de todas las alegrías. Una ves de niño, estando yo en un terrorífico colegio Salesianos, fui elegido para darle una bienvenida al, en ese entonces, presidente de Tchile. No viene al caso puntualizar el nombre, el asunto es que cuando aquél siniestro presidente me dio la mano, no pude evitar pensar en lo que sería hacerle un “oso”. Hubiera sido sin duda mi sentencia de muerte, cosa que por lo demás llegó inexorablemente, pero en aquel momento no pude hacerlo por la deshonra que hubiera causado al colegio, al curso, a la familia y quizás a la región entera. Me imaginaba en los principales titulares del país yo y mi “oso” al presidente, como un hecho reprochable y fatídico. Imaginaba mi excomunión de la vida pública, la apatía de mis parientes. De haberlo hecho, y me arrepiento del no, hubiese quedado en lo alto del humor nacional, pero el presidente no habría reído. Una sola pregunta me queda de todo este monólogo indiscreto: ¿a alguno de ustedes se le ocurre una manera divertida de matar al presidente?




Chicoma

2 comentarios:

Anónimo dijo...

en verdad lo del oso habría sido notable...ahora, una forma divertida de matar a un presidente....no sé, pero me daría risa y satisfacción saber k se murió comiendo, atorao por cerdo o de una cagadera incotrolable igual por cerdo...sería simbólico y cargado del simple y popular humor asociado a los gases y conductos del cuerpo.

chicoma dijo...

a mi se me ocurre matarlo con un "pape", que muera de rabia por el "pape".
jajajajajaajaja